La penúltima orden de Donald Trump ha sido la paralización temporal de los programas de subvenciones y préstamos dependientes del Gobierno federal: cientos de miles de millones destinados en buena medida a ayudas sociales, incluidos pobres y ancianos. Trump arguye que el grueso de ese dinero se dedica a «promover la equidad marxista, el transgenerismo y las políticas de ingeniería social del acuerdo verde», en vez de a lo importante, que es responder a las necesidades reales de los estadounidenses de a pie. El discurso lo conocemos («los chiringuitos») y tiene parte de verdad y mucho de trampa.
El caso es que en apenas unas horas Trump ha tenido que dar marcha atrás y revocar su plan. Una jueza federal suspendió su entrada en vigor a la espera de que el Gobierno aclarase el alcance de los recortes. El caos se había apoderado de las ONG, pero también de los responsables de muchos Estados y Ayuntamientos, tanto demócratas como republicanos, porque no sabían qué fondos -todos ellos aprobados por el Congreso- iban a perder. La directriz enviada por Washington era pura propaganda, sin precisiones, sin ley. El relato oficial es otro: según la jefa de comunicación de la Casa Blanca, la «confusión» es culpa de la jueza y de «la cobertura deshonesta de los medios». También eso nos suena familiar.
En las democracias los contrapoderes hacen su trabajo. Hay excepciones: los tribunales no pueden revocar los indultos concedidos por el Gobierno -ni los de Joe Biden a su familia, ni los de Donald Trump a los asaltantes del Capitolio, ni los de Pedro Sánchez a los líderes de la insurrección catalana-, pero sí suspender e incluso anular decisiones gubernamentales legalmente cuestionables. En EEUU lo ha hecho la jueza federal con el inverosímil plan de Trump. En España, el Supremo, con la aplicación de la inverosímil amnistía a Carles Puigdemont.
Quizá sea soñar demasiado. Seguro que sí. Pero quizá, con un poco de suerte, la explosiva aventura de Trump sirva para que quienes aquí aclaman el liderazgo fuerte, la audacia política, la carambola continua, el hágase, el «con o sin concurso del poder legislativo», el conmigo o contra mí... se enfrenten a sus propias contradicciones. Quizá la desagradable mirada al espejo trumpista surta efecto y, ya fuera del muro, se pregunten por qué no defienden el trabajo de un juez español, llamémosle Ángel Hurtado, como hoy aplauden, entre solemnes invocaciones a la Justicia, ¡pilar de la democracia!, la higiénica cruzada de Loren AliKhan, esa jueza federal.