
Rusoparlante, comunista, autoritario, fuerte. Así se puede sintetizar lo básico sobre el presidente de Bielorrusia, Aleksander Lukashenko, un político experimentado tras más 30 años en el poder. Es conocido por ser un fanático de las patatas, algo que va más allá de memes y chascarrillos e incluso lo remarca la web oficial del Gobierno, que apunta que tiene huertos de estos túberculos y otras verduras en su casa de campo. Por dicha razón y por su autoritarismo es apodado el ‘Führer patata’ por algunos de sus detractores que buscan una democratización del país. Otra de sus facetas más conocidas, especialmente importante para sus partidarios, es la de comunista convencido, pues lidera al país europeo con el modelo más parecido a la ya difunta Unión Soviética y que más símbolos ha mantenido de aquella época. Su principal aliado internacional es Vladímir Putin, a quien se ha referido en más de una ocasión como su “hermano mayor”, algo que demuestra la relación estrecha entre ambos, pero también la influencia que el mandatario ruso tiene sobre él.
Este domingo se ha enfrentado a un reto visiblemente simple: unas elecciones presidenciales sin competencia real para mantenerse, al menos, hasta 2030. Aunque en 1994 los observadores internacionales señalaron que llegó al poder de forma limpia, en los comicios que le siguieron no dijeron lo mismo y señalaron irregularidades en repetidas ocasiones. La gota que colmó el vaso fue en 2020. Mientras él confiaba en la sauna y el vodka como remedios contra la pandemia del covid 19, sus compatriotas intentaron echarle del poder por las buenas con la candidatura de Svetlana Tikhanovskaya, que competía por el poder en nombre de su marido encarcelado Siarhei Tikhanovsky. Después de las acusaciones de fraude, la oposición salió a las calles sin miedo. El poder de Lukashenko se tambaleó, pero consiguió reprimir la disidencia y, con la ayuda de Putin, quitarse de encima ese problema. Su ‘hermano’ no le dejó caer, pero no por fraternidad, sino por interés.
La revolución en su contra, aunque fracasó, le convirtió en alguien con menos paciencia y que deja menos margen al discurso disidente, tal y como evidencia el tono desafiante que mostró en entrevistas posteriores.
Actualmente es el líder europeo más próximo al Kremlin con mucha diferencia. Putin y él tienen perfiles similares: son dos hombres chapados a la antigua, nacidos en los años 50 en plena Guerra Fría, con aversión a Occidente y que añoran los tiempos soviéticos. Aunque en este último factor hay algunos matices. Putin echa de menos ser una potencia mientras que Lukashenko añora más el sistema comunista; fue el líder de un granja colectivizada, un koljós.
Socialismo del siglo XXI
Los que le apoyan, recuerdan con mucho énfasis la imagen de él como el único miembro del Parlamento bielorruso que votó en contra de separarse de la URSS. Mientras las repúblicas soviéticas entraron en 1991 en un ferviente entusiasmo por abandonar el yugo soviético, Bielorrusia incluida, él fue quien con una visible decepción en el rostro, votó a favor de seguir en el bloque soviético.
Cuando la economía entró en un torbellino de inflación, escasez e inestabilidad, como sucedió en Rusia y Ucrania, Lukashenko ganó en 1994 unas elecciones consideradas libres por los observadores internacionales. Lo primero que hizo fue revertir todas las medidas liberalizadoras y dar al Estado mucho más peso en la economía y en la vida diaria de los ciudadanos.
Ese camino evitó los problemas económicos que sufrieron otras repúblicas exsoviéticas y la aparición de los oligarcas que tanta influencia tienen en otros estados. También significó que Lukashenko se aferró al poder ad eternum. Ya lleva más de 30 años al frente del país de la mano de su partido político, Belaya Rus, y por lo menos seguirá cinco años más. Es el único líder europeo con tanto tiempo en el poder, superando a su ‘hermano’ ruso, que ‘solo’ lleva 25.