
La irrupción de DeepSeek en el mercado de la inteligencia artificial ha marcado un punto de inflexión en la rivalidad tecnológica entre China y Estados Unidos. Lo que hasta ahora parecía un monopolio estadounidense liderado por ChatGPT, ha encontrado en la tecnología china un competidor real, capaz de redefinir la dinámica del sector.
El impacto ha sido inmediato. La bolsa de Wall Street ha registrado la mayor caída de su historia en valores tecnológicos, con Nvidia, la compañía líder en chips avanzados, perdiendo un 17% de su valor en un solo día. Este terremoto financiero no solo refleja la incertidumbre sobre el dominio estadounidense en la IA, que reforzará su dominio sobre ChatGPT para poder ponerse a la cabeza en el sector de la IA sin competencia, si no que ha puesto en jaque a los inversores ante un posible cambio en el equilibrio de poder tecnológico.
Hasta donde creíamos saber, China no contaba con los medios materiales ni el acceso a la infraestructura tecnológica que tradicionalmente se consideraba imprescindible para competir a este nivel, pero la aparición de DeepSeek demuestra que aparentemente ha encontrado la manera de hacerlo, lo que redefine por completo el equilibrio de poder en el sector.
Sin embargo, no es la primera vez que China juega una doble cara. En el pasado, ya ha presentado tecnologías que, en un primer momento, parecían innovaciones revolucionarias, pero que al analizarlas en profundidad resultaban ser versiones potenciadas de avances previos. A día de hoy, nadie ha podido estudiar en profundidad si DeepSeek es realmente tan eficiente como se está propagando, pero su mera existencia ha cambiado la narrativa global.
Ante esta situación no podemos dejar de preguntarnos sobre el papel que intentarán jugar los grandes gobiernos: ¿control o alianza?
Cuando surgió internet, la primera reacción por parte de las administraciones fue intentar ponerle límites, aunque el tiempo demostró que ese enfoque resultaba ineficaz. En esta nueva ola de disrupción tecnológica, es probable que los gobiernos no intenten frenar la inteligencia artificial, sino que busquen formas de compartir su desarrollo con las grandes tecnológicas para beneficiarse de su crecimiento.
Aun así, el desafío es claro. La historia ha demostrado que el avance tecnológico siempre va más rápido que la capacidad regulatoria de los gobiernos. Se trata de un eterno juego entre la espada y el escudo, en el que los innovadores avanzan y las instituciones intentan reaccionar a posteriori. La IA no será una excepción a esta dinámica.
Lo que estamos viviendo no es solo una batalla por la supremacía tecnológica, sino la reconfiguración de un sector que influirá en todos los aspectos de la sociedad. Y mientras los gobiernos intentan encontrar su rol en este nuevo escenario, la única certeza es que el cambio ya ha comenzado.
*** David Sanz es profesor del Máster en Inteligencia Artificial & Data Science en IMMUNE Technology Institute.