
Las fantasías inmobiliarias de Donald Trump en Gaza “no pueden ser tomadas en serio”, según Recep Tayyip Erdogan. El presidente de Turquía ha repetido este lunes en Malasia que “nadie puede imponer una segunda Nakba sobre el pueblo palestino”, en referencia a su expulsión de 1948. “En lugar de buscar un lugar donde expulsarlos, Israel debe buscar 100.000 millones de dólares para indemnizarlos por su destrucción de Gaza”, ha sentenciado.
Recep Tayyip Erdogan ha empezado este lunes su gira asiática, fiel a sí mismo. Con grandes palabras sobre Palestina no necesariamente acompañadas de nada tangible. Poco importa, ante auditorios tan entregados como los que le esperan esta semana en Malasia, Indonesia y Pakistán. Países que suman 600 millones de habitantes y que no reconocen la existencia de Israel -solo la de Palestina- en consonancia con los sentimientos de su población, mayoritariamente musulmana.
Antes de despegar rumbo a Kuala Lumpur, Erdogan ya había advertido que la cuestión palestina iba a ocupar un lugar preeminente. “Ningún poder en este mundo podrá desplazar a los palestinos de su tierra, en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental”. “Es inaceptable”, había exclamado pocas horas antes su ministro de Exteriores, Hakan Fidan, en relación a “los planes de judaizar totalmente Jerusalén, privándola de su identidad internacional, musulmana y cristiana”.
Nada más aterrizar en Kuala Lumpur, Recep Tayyip Erdogan ha sido conducido a Putrajaya, la flamante capital administrativa, donde ha recibido un doctorado honorario en Relaciones Internacionales. A su lado estaba el primer ministro malasio, Anwar Ibrahim, que no olvida cómo Erdogan apoyó a su familia e intercedió a su favor mientras estaba en la cárcel -dos veces- condenado por sodomía. El primer ministro de aquel entonces, Najib Razak, luego sería condenado por recibir cientos de millones de dólares de Arabia Saudí y por hacer desaparecer miles de millones más del fondo soberano.
“Erdogan ha elevado a Turquía a la categoría de potencia global y mediadora de confianza para lograr la paz“, dijo hoy el primer ministro malasio, Anwar Ibrahim, ”Ha mostrado firmeza moral respecto a Palestina, pronunciándose con valentía contra la ocupación y el genocidio”.
El marasmo político de los últimos años en Malasia -en un momento dado tuvo que volver a la vida pública, casi nonagenario, el exprimer ministro Mahathir Mohamad- había apartado a Erdogan del país durante más de un lustro. A pesar de que Kuala Lumpur ha sido uno de sus modelos para Estambul y su partido, AKP, se mira desde sus inicios en el espejo malayo como proyecto de modernización en clave identitaria islámica.
Sobre todo durante el largo periodo en que el exprofesor universitario en Kuala Lumpur, Ahmet Davutoglu -cercano a la cofradía de los Hermanos Musulmanes- guio los Asuntos Exteriores de Turquía, primero como ministro del ramo y luego como primer ministro.
Acompañan a Recep Tayyip Erdogan ministros como el de Energía y Defensa. Pero marcan su agenda los sucesos de Oriente Medio. No debe olvidarse que la mayoría de los musulmanes no viven en el mundo árabe, sino en Asia.
De hecho, la gira del presidente de Turquía -país miembro de la OTAN- permite una segunda lectura. El descrédito por el belicismo y el doble rasero occidental es tan grande en esta parte del mundo, que solo alguien como Erdogan puede evitar ganancias todavía más sustanciales para la diplomacia de China. País que no envía armas a los contendientes -tampoco en Ucrania- y que el verano pasado reunió en Pekín a todas las facciones palestinas para fraguar su unidad.
En realidad, más allá de las palabras, Erdogan no se atrevió a mover un dedo contra la alianza militar de Israel y Estados Unidos. Ni soñó con cerrar el grifo de los imprescindibles hidrocarburos azerbaiyanos que transitan por territorio turco hasta Ceyhan, donde embarcan rumbo al puerto israelí de Haifa.
De rebote, Turquía ha sido el gran beneficiario del descabezamiento y debilitamiento de Hizbulah, en Líbano, por parte de las Fuerzas Armadas de Israel. Ankara nunca escondió su interés por Alepo -solo inferior al que siente por Mosul y Kirkuk, en Irak- pero no esperaba que el régimen de Bashar el Asad se derrumbara como un castillo de cartas. De repente se encontró con que sus aliados islamistas y protegidos yihadistas estaban a las puertas de Damasco.
Tras su visita de dos días a Malasia, Erdogan continuará viaje hasta Indonesia, donde el exgeneral Prabowo Subianto todavía está afianzando su gobierno. La gira terminará en Pakistán, la única potencia nuclear musulmana.
El presidente turco, de hecho, ya recibió este fin de semana en el aeropuerto de Estambul a su homólogo pakistaní, Asif Ali Zardari, camino de Lisboa para las exequias del Aga Khan IV (aunque no sea ismaelí, sino chií).
El inicio de la gira asiática de Erdogan coincide con la visita de su jefe de inteligencia (MIT), Ibrahim Kalin, a la República Islámica de Irán, a la que Israel considera su peor enemigo. Kalin -que sucedió en el cargo al citado Fidan- debe haber encontrado tiempo para hablar de Palestina, pero su principal interés está en Siria, donde Teherán ha visto como se desmoronaba su influencia, en provecho de Ankara, pero donde empiezan a aparecer áreas de interés común.
Aunque Irán tenga más ganas de poner coto a la ocupación israelí -y estadounidense- de territorio sirio y Turquía más prisa por reducir la presencia del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en el mismo suelo -con la complicidad de los actores ya citados- y también en territorio de Irán. Todo ello, con el futuro de las bases militares rusas en el aire.
Mientras tanto, Pekín no quita el ojo a la complicidad de Turquía -entre otros- con el yihadismo uigur, que ha aprendido árabe tras una docena larga de años combatiendo “infieles” en Siria, a menudo con la familia a buen recaudo en ciertos barrios de Estambul.
Algunos de sus capitostes empiezan a ser recompensado con cargos en Damasco por el nuevo régimen de epígonos de Al Qaeda y Estado Islámico, ahora cortejados por Washington y Bruselas, además de Ankara o Qatar. En marcado contraste con los talibanes -enemigos jurados del escurridizo Estado Islámico- que han prometido que Afganistán no servirá jamás de base de actividades contra China.
Un proyecto igualmente temido por la República Popular de China formalizó su paso a la historia este mismo fin de semana, con el fallecimiento de un hermano mayor del Dalái Lama. Gyalo Thondup residía desde hacía décadas en Kalimpong, India, cerca de Sikkim. Thondup, que estudió en Nanjing y se casó con la hija de un general del ejército nacionalista chino de Chiang Kai-shek fue el enlace entre la CIA y el Dalai Lama durante décadas y, tras la guerra sino-india de 1962 -que ganó China- ayudó a India a formar un regimiento con exiliados tibetanos, que todavía existe.
Durante más de diez años, guerrilleros de esta etnia hostigaron al Ejército Popular de Liberación con incursiones desde Mustang, Nepal. Una vez consolidado del abandono de la violencia, el propio Thondup negoció en los ochenta con la cúpula comunista en China -en varias ocasiones, con el padre del actual presidente Xi Jinping- aunque sin lograr a cambio el retorno a Lhasa de su hermano. Este se enteró de su defunción cuando se encontraba en el monasterio budista del sur de India donde pasa los inviernos.