Historias del cine español
Que Pedro Almodóvar descubrió o, si se prefiere, redescubrió a Marisa Paredes es indiscutible. La convirtió en la icónica Sor Estiércol de su sicalíptica y deliciosamente esperpéntica, con un pie todavía en un surrealismo afrancesado y pánico, con ecos de Jacques Prévert, «Entre tinieblas» (1983), película fundamental de los ochenta. A partir de ahí, pasó a ser protagonista almodovariana absoluta, en su etapa como hacedor de melodramas para señoras modernas: «Tacones lejanos» (1991), «La flor de mi secreto» (1995), que la llevó a las puertas del Goya sin traspasarlas, «Todo sobre mi madre» (1999), «Hable con ella» (2002) y «La piel que habito» (2011), no serían lo que fueron sin la presencia avasalladora de Marisa Paredes.
Pero hubo una Marisa Paredes pre-Almodóvar. De orígenes humildes, toda su aristocrática imagen y estilo eran tan naturales como su voz inconfundible y sensual. Su pasión por el teatro y la interpretación la llevaron pronto a las tablas y al cine, abriéndose paso en papeles pequeños pero vistosos en policiales como 091 «Policía al habla» (1960) de José María Forqué o en la pionera del fantaterror ibérico «Gritos en la noche» (1962) de Jesús Franco. Fue con Fernando Fernán Gómez, en «El mundo sigue» (1965), con quien empezó a descubrir la relevancia del cine y sus muchas posibilidades.
Reina sin corona del grito
Ya en los ochenta, «Ópera prima» (1980) y después «Entre tinieblas», la llevarían al territorio de modernos y posmodernos, consagrándola musa de un cine español que lo que iba perdiendo en industria y éxito popular, lo ganaba en prestigio. Al menos, eso decían.
Lo cierto es que Marisa Paredes venía a ser algo demasiado bueno para ser verdad: un eslabón perdido y reencontrado entre el exquisito buen hacer, la profesionalidad y el estilo del teatro, el cine y la televisión clásicos de una industria del espectáculo española ya desaparecida pero añorada, y las posibilidades autorales, artísticas e independientes de los varios «nuevos cines» españoles que han existido o intentado existir con diversa fortuna, a los que ella supo aportar tanto esa profesionalidad y talento dramático de antaño, como su icónica figura e inquietante apostura, de alguna forma siempre moderna, estilizada y superior. Misteriosamente atemporal.
Algo que, para quienes gustamos de las anomalías del género fantástico y extraño, la convirtió también en presencia fundamental para títulos como «Pastel de sangre» (1971), «El espinazo del diablo» (2001) y, sobre todo, la genial «Tras el cristal» (1986), donde su magnífica estampa y empaque daban al perverso filme del malogrado Agustí Villaronga un toque netamente europeo, de giallo italiano, que le venía como anillo al dedo.
Si a ello sumamos sus apariciones en títulos como la citada «Gritos en la noche», en el thriller psicotrónico y político «El perro» (1977), a las órdenes de Isasi; en la serie de Chicho Ibáñez Serrador o como la impresionante «Carmilla» (1973) de «Ficciones», e incluso en la irregular pero no por ello menos psicotrónica «La piel que habito» de Almodóvar, podemos decir que con la muerte de Marisa Paredes, hemos perdido también a una de las reinas (sin corona) del cine fantaterrorífico español.
De una cosa podemos estar bien seguros, y es que con la desaparición de Marisa Paredes, más allá y más acá de su mito como musa de Almodóvar, se ha roto el molde. Ya no habrá más como ella, capaces de unir en una sola y única presencia, con una sola y ronca voz, las augustas virtudes de la escena clásica con la frívola elegancia de la modernidad más descarada y natural.
De Sor Estiércol a «Todo sobre mi madre»
Marisa Paredes se subió al pódium almodovariano, junto a Rossy de Palma y Carmen Maura, en 1983 con «Entre tinieblas». Dio vida a Sor Estiércol, una monja aficionada al LSD que se recluía en un convento junto a Sor Perdida, Sor Rata de Callejón y Sor Víbora. Se inauguró así una relación entre actriz y director que relució en «Tacones lejanos» (1991) o «La flor de mi secreto» (1995). De esta última cinta, que supondría la segunda nominación a los Goya de Paredes, surgiría «Todo sobre mi madre» (1999), un bombazo cinematográfico que compartió con Cecilia Roth, Penélope Cruz, Antonia San-Juan o Rosa María Sardá.