
Si a Vinicius se le había olvidado que el Balón de Oro viajó a Mánchester, en el Etihad le lanzaron un pequeño recordatorio con sorna. “Stop crying your heart out” (Deja de llorar con todo tu corazón) se pudo leer en la lona que se descolgó en un fondo al salir ambos equipos. Una frase de un título de una canción de Oasis, la banda de referencia de la casa citizen, acompañada con la imagen de Rodri y el galardón. El brasileño sumó otro estadio a la colección donde no concita todas las simpatías. En cuanto tocó el primer balón, abucheos.
Los pitidos, sin embargo, inauguraron la gran carga ofensiva del Madrid esta temporada. Una catarata de oportunidades erradas que causaba el pasmo y la incredulidad, hasta que, cuando nadie lo esperaba, los blancos salieron del cuarto oscuro en el descuento. Veinte tiros a favor de los blancos y 11 del City. Nadie le había tirado tanto a los citizen en casa con Guardiola. ¿Pudo sentenciar la eliminatoria?, le soltaron de entrada a Carlo Ancelotti. El italiano movió la cabeza, esbozó una ligera sonrisa, dio por buena la victoria y lanzó un aviso a los suyos. “Por mucho tiempo, se decía si se podía tener equilibrio con este equipo. Se puede, si hay una buena dosis de compromiso. Lo estábamos hablando hace tiempo y este es el camino. Hemos sido capaces de sacar algo bueno de la emergencia”, aseguró el italiano, que, a punto de levantarse de la sala de prensa, dejó otro mensaje: “No pensaba que en este momento el equipo tuviera un sacrificio así”, apuntó sobre la gran cuestión existencial de un Madrid que, después de medio año de curvas, cuadró el gran agujero estructural del equipo, al menos por un día.
Le sirvió para, en su séptima visita, lograr su primera victoria en el Etihad, un escenario en el que acostumbraba a malvivir más que a vivir, donde sufrió la mayor goleada europea en décadas (el 4-0 de 2023), donde necesitó el año pasado de un ejercicio de resistencia como no se le recuerda, y donde esta vez atrapó un triunfo con el que ya nadie contaba después de 85 minutos de sorprendente desatino de los cuatro atacantes.
Se llevaba hablando tanto en la última semana de la urgencia de que los cuatro atacantes blancos echaran carbón a la estufa defensiva que se daba por hecho que iban a cumplir porque sí con su misión principal: afinar ante la portería rival.
Salvo un tramo después del gol de Erling Haaland, la secuencia de tiros y aproximaciones de la caballería atacante del Madrid fue continua. Las tuvo el City, sí, pero la catarata de ocasiones a favor de los madridistas fue enorme. Las miradas y los temores se dirigían a la defensa remendada, a una zaga con dos medios (Valverde y Tchouameni), como no quería Carlo Ancelotti, a un Asencio en prácticas y a un Mendy que se había quedado a medias. “Los cuatro de atrás nunca habían jugado juntos. Ni entrenado juntos. El muy discutido Tchouameni ha estado espectacular”, reivindicó Carletto sobre una de sus apuestas más criticadas, además de elogiar a Asencio. Pero el mayor problema que más tardó en resolver el Madrid no estuvo en su zaga, sino en el enfoque extraviado de los atacantes, la nómina más distinguida del fútbol mundial que no encontró alivio hasta el 93.
Mbappé ante el portero, Mendy, Vinicius, más Vinicius, Rodrygo, Valverde, otra de Mbappé… Solo faltaba por fallar Bellingham, pero eso no tardó en ocurrir. Llegados a este punto, la grada agarrada a la resistencia del “Come on City”, ya solo quedaba una cosa: que el Madrid metiera en un disparo erróneo. Y eso le ocurrió a Mbappé, que le dio tan mal, tan mal, con la espinillera, que acabó dentro. Mbappé, Vinicius y Bellingham se reían a carcajadas.
Y después de los festejos, vuelta a la normalidad: más ocasiones falladas y penalti en contra que se cobró Haaland. Ancelotti pidió calma y en el último sorbo de la noche congelada de Mánchester, Brahim y Bellingham cazaron un triunfo. “Es un resultado trampa”, advirtió Ancelotti después de la mejor noche de los suyos. “Sí, me esperaba este Madrid”, se resignó Pep Guardiola.