
Justo cuando las campanas de media Roma tocan las nueve, el féretro del papa Francisco —descubierto y con el cuerpo del Pontífice recibiendo los primeros rayos de sol de la mañana— recorre los 700 metros que separan la residencia de Santa Marta de la basílica de San Pedro. Quizá sea la última vez que un pontífice haga este camino entre los muros del Vaticano que marca la austeridad con la que decidió vivir Jorge Mario Bergoglio, en una sencilla residencia de monjas, alejado del oropel del tradicional apartamento del Palacio Apostólico que acogió al resto de papas. Mientras el cortejo fúnebre avanza y comienza a entrar en la basílica, los primeros fieles, muchos curiosos y algunos turistas que cambiaron una visita guiada al Coliseo por la imborrable despedida a un pontífice, comienzan a llenar la plaza de San Pedro.
Maria Grazia Rossi, 63 años, romana del barrio de Testaccio, le recuerda: “Estuvo siempre del lado de los pobres, de los inmigrantes. Por eso hemos venido”, señala junto a su marido. Algo más atrás, muy serios, se dan la mano Paolo y Lucia, una pareja palermitana que cerró su panadería el lunes para viajar a Roma a despedir al Papa. “Nos conmovió su lucha por los migrantes. Fue muy valiente en su manera de denunciar los naufragios, sobre todo el de Lampedusa [la isla siciliana donde en 2013 perdieron la vida 383 personas]”. Junto a ellos, precisamente, se encuentra la escultura de bronce y arcilla que representa un barco con 140 migrantes y refugiados de diferentes periodos de la historia —el mismo número de esculturas que adornan la columnata de Bernini en la plaza de San Pedro— que el Papa mandó colocar para recordar su lucha, quizá su principal legado, y un fenómeno que afectó a todas las culturas y países.

El féretro del Papa, transportado a hombros por 14 miembros del personal vaticano, escoltados por ocho alabarderos de la Guardia Suiza, ya está dentro de la basílica. El coro y los asistentes recitan el nombre de incontables santos y santas. “Es para que le protejan”, explica a la salida el arzobispo Francisco-Javier Lozano, tocado con su birreta púrpura y una casulla blanca que lleva en la mano y que ha utilizado para participar en el rito dentro del templo. Exnuncio en Rumania y Moldavia, Lozano cree que del próximo cónclave podría surgir un papa algo más conservador. “Hay una parte de la jerarquía católica que no ha estado de acuerdo con el aperturismo de Francisco y puede que decidan cambiar de ruta”, apunta a este periódico antes de emprender su camino a casa.

A las diez y media, la cola alrededor de la plaza para despedir a Jorge Mario Bergoglio, justo el día de su santo, empieza a tener el aspecto de un verdadero rito fúnebre papal. Paraguas y sombrillas. Dos desmayos —”una ambulancia”, grita una señora— y algunas dificultades para avanzar para cientos de discapacitados que tratan de abrirse paso. Ahí están Christine Mahoney y Simon, su hijastro, llegados de Londres expresamente para el funeral. Ella, manos tatuadas y pendiente en la nariz, va en una silla de ruedas que empuja su acompañante, enfundado en una suerte de mallas rosa. Ninguno trabaja, viven de subsidios. Él no puede ocultar un cierto temblor en las manos, y mucha emoción dice. Han gastado una fortuna en el viaje: “Somos católicos. Cualquier esfuerzo para despedirle vale la pena”.
Cualquier esfuerzo, sin embargo, es a veces mucho. Dos monjas filipinas, sor María Lourdes y Sor Leonora. 30 años en Italia. Se subieron al autocar a las cuatro de la mañana desde Pietralcina, en la provincia de Benevento (Campania), y han llegado a primera hora para hacer cola. Están agotadas. Pero no es la primera vez que despiden a un papa. “Yo estuve aquí con Juan Pablo II y, hombre, este papa era muy humano, pero es que Wojtyla…”. ¿ Wojtyla qué? “Wojtyla era insuperable, un carisma enorme, no tiene comparación”, sentencia sor María Lourdes secándose algunas gotas de sudor y mostrando su devoción por el pontífice polaco. Las dos monjas no tienen grandes preferencias para el cónclave, dicen. Pero, ¿y si fuera el filipino, Luis Antonio Tagle? “Ay, eso lo tiene que decidir él”, dicen mirando al cielo.

La época, sin duda, es distinta a la de la muerte de Juan Pablo II. El 2 de abril de 2005, día de la Octava Pascua, congregó en la plaza de San Pedro a decenas de miles de personas, incluso mientras el Pontífice agonizaba. El papa polaco, de 84 años, había reinado casi 27 años. No había selfies, tampoco redes sociales. “La espiritualidad era distinta. Mucha gente viene ahora como si estuviera haciendo turismo, sin pensar realmente en la vida y la muerte del Papa”, lamenta Norberto, 63 años, cabeza cubierta con una chaqueta de nailon y pocas ganas de cháchara. “Mire, aquí hemos venido a mostrar el luto, no a hacernos fotos”.
El féretro con el difunto papa Francisco estará expuesto hasta las once de la noche. Mañana jueves y el viernes continuarán las visitas, hasta el funeral del sábado.
