la destrucción de Gaza como modelo de negocio


La venerable Sala Este de la Casa Blanca, donde Abraham Lincoln reposaba y Pablo Casals tocaba el violonchelo, se convertió ayer en el foso de un concierto de rock. Reporteros, fotógrafos y cámaras sudorosos se apretujaban codo con codo. The Guardian se metió con calzador en un rincón donde se había caído un panel de la pared. Sin duda, una situación que nunca se dio durante la presidencia de Joe Biden.

El gran acontecimiento, que empezó una hora y media más tarde de lo previsto, era la rueda de prensa conjunta de Donald Trump con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el primer líder extranjero que visita la Casa Blanca desde que Trump inició su segundo mandato hace tan solo dos semanas. Se colocaron dos atriles, dos banderas estadounidenses y dos israelíes ante una cortina dorada, entre dos lámparas de cristal muy ornamentadas.

Netanyahu tuvo el honor de vestir con los colores del uniforme vintage de MAGA, con camisa blanca y corbata roja, mientras que Trump renunció por un día a su habitual rojo y se presentó con una corbata azul cielo. Quizá perciba al líder israelí como un pícaro de su misma cuerda.

Netanyahu se enfrenta a cargos por soborno, fraude y abuso de confianza desde 2019. Por su parte, Trump fue condenado el año pasado por 34 cargos penales de falsificación de registros empresariales. Netanyahu tiene una orden de detención del Tribunal Penal Internacional por presuntos crímenes de guerra en Gaza. Como enseguida quedaría claro, Trump parece decidido a rivalizar con él también en el campo judicial.

El presidente de Estados Unidos empezó su intervención presumiendo de haber conseguido que se construyera una “hermosa” embajada de Estados Unidos en Jerusalén, despotricando contra Biden, su predecesor, y felicitando a su equipo. Hasta ahí, lo típico de Trump. Pero luego las cosas tomaron un extraño giro. Muy extraño.

Trump señaló que Gaza ha sido durante mucho tiempo “un lugar maldito”, como si hablara de una casa encantada. “Las personas que han vivido allí han tenido una existencia miserable”, señaló. Continuando con esta lógica, dijo que un proceso de construcción y reconstrucción no debería implicar a “las mismas personas que realmente estuvieron allí y lucharon por ella y vivieron allí y murieron allí y vivieron una existencia miserable allí”.

Ante la mirada de Netanyahu, que tal vez hacía esfuerzos por no estallar en carcajadas, Trump habló de construir “varios dominios” en otros países “con corazón humanitario” donde podrían vivir permanentemente 1,8 millones de palestinos. “Lo pueden pagar países vecinos de Israel que tienen una gran riqueza”, deslizó.

¿Se trata de un plan o simplemente de una idea? El hombre que una vez superó un test cognitivo recitando “Persona. Mujer. Hombre. Cámara. TV”, divagó: “Podría ser uno, dos, tres, cuatro, cinco, siete, ocho, doce… podrían ser muchos sitios o solo uno de grandes dimensiones”. Prometió que, en cualquier caso, sería algo “realmente espectacular”, una nueva forma de describir la limpieza étnica. Luego vino la sorpresa. Trump declaró que “Estados Unidos se hará cargo de la Franja de Gaza”, y añadió: “La gestionaremos. Seremos los dueños”.

¿Cómo? ¿Ha dicho “seremos sus dueños”? Y el supuestamente aislacionista presidente del “América primero” no descartó desplegar soldados estadounidenses para tomar el control.

Fue el último indicio de que Trump parece estar entrando en una nueva y peligrosa fase expansionista. A estas alturas de su primer mandato, hace ocho años, en su versión Trump 1.0, el presidente estaba enfangado en preocupaciones banales como mentir sobre el tamaño de la multitud que asistió a su investidura o intentar quitar la sanidad a los estadounidenses. El campo de juego de Trump 2.0 tiene mayores dimensiones.

El presidente afirmó que Canadá debería convertirse en el estado número 51, lo que provocó risas nerviosas entre los canadienses, seguidas de horror cuando se dieron cuenta de que no estaba bromeando. Puso nerviosa a Dinamarca al decir que debería vender Groenlandia y enfadó a Panamá al prometer recuperar el canal. Rebautizó el Golfo de México como Golfo de América y, en su discurso inaugural, habló del “destino manifiesto” de mandar astronautas estadounidenses a plantar en Marte las barras y estrellas de la bandera del país.


Es el nuevo Julio César —“Vine, vi, vencí”— y no tiene por qué temer a los idus de marzo, pues ya ha neutralizado al Senado.

Pero cuando la rueda de prensa llegó a la fase de preguntas y respuestas, quedaron claras sus verdaderas motivaciones. Dijo de Gaza: “Vamos a tomar el control del lugar y vamos a edificar, crearemos miles y miles de puestos de trabajo, y será algo de lo que todo Oriente Medio podrá estar muy orgulloso”.

Por supuesto. En el fondo, sigue siendo ese promotor inmobiliario que necesita la aprobación de su padre, que se lanzó a Manhattan a finales de los años setenta con la renovación del abandonado hotel Commodore, adyacente a la estación Grand Central Terminal. Una vez más, ve el signo del dólar entre los escombros y la desesperación.

A la pregunta de Kaitlan Collins, de la CNN, sobre quién vivirá en esta nueva utopía, respondió: “Me imagino a la gente del mundo viviendo allí; la gente del mundo. Creo que la convertirán en un lugar internacional increíble. Creo que el potencial en la Franja de Gaza es increíble y creo que el mundo entero, representantes de todo el mundo estarán allí”.

Olvídense de Westworld, bienvenidos a Trumplandia: un parque temático de fantasía lleno de torres Trump, campos de golf Trump y androides Maga. Añadió: “No quiero hacerme el gracioso ni el listillo, pero será la Riviera de Oriente Medio”.

Ah, el maestro del branding. ¿Quién va a decirles a los palestinos que los negocios inmobiliarios y de casinos de Trump se declararon en quiebra varias veces, que su universidad se enfrentó a múltiples demandas por fraude, que su fundación se vio empañada por los escándalos y que su empresa fue condenada a pagar más de 350 millones de dólares en un juicio civil por fraude en Nueva York?

A quien claramente no le importa es a Netanyahu, que aclamó a Trump como “el mejor amigo que Israel ha tenido nunca en la Casa Blanca” y dijo que su plan para Gaza —al que se oponen rotundamente los palestinos y los países vecinos— es “digno de atención” y “podría cambiar la historia”.

La normalización continúa. Netanyahu también ofreció este homenaje a Trump que resonará entre sus fervientes seguidores: “Vas al grano. Ves cosas que otros se niegan a ver. Afirmas cosas que otros se niegan a afirmar. Y cuando la gente se queda boquiabierta, se rasca la cabeza y al final reconoce que tienes razón”.

En ese grupo no se encuentra Chris Murphy, senador demócrata que respondió a la propuesta de Trump en las redes sociales señalando: “Ha perdido totalmente la cabeza”.

Y sólo llevamos dos semanas. Trump parece decidido a hacer de esto El Imperio Contraataca, El Padrino Parte II o Terminator 2: El Juicio Final de los mandatos presidenciales: una secuela que supere a la película original. Hoy Gaza, mañana el mundo.

Traducción de Emma Reverter.



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