

Iustración: Mario Vargas Llosa.
Mario Vargas Llosa (1936–2025) amó a nuestro país con fervor crítico y apasionado: “Yo, aunque peruano, me siento parte de España y creo que vale la pena ayudarlos en todo lo posible”.
Ciudadano español desde 1993, durante el golpe del independentismo contra la unidad nacional mostró su compromiso insobornable con la libertad y pese a sus riesgos, eligió la rebeldía: “El nacionalismo y la cultura no se llevan bien”.
Del coqueteo con el comunismo –creyó en Fidel hasta que fue calando la verdad implacable del personaje– a la Primavera de Praga, contempló la brutalidad del vehículo, se bajó y no le tuvo miedo a la controversia que provocó su evolución ideológica.
Desencantado tras su fallida aventura política –se presentó a la presidencia del Perú, Fujimori lo venció en segunda vuelta– había jurado no volver a pisar una tribuna política. Pero esta vez encontró buenas razones para romper su promesa.
Mientras otros “intelectuales” se encogían de hombros ante el golpe separatista, en un momento trascendente resultó ser el intelectual español –miembro de la Real Academia Española de la Lengua y Premio Cervantes– que más se significó, en defensa del imperio de la ley y de la integridad de España.
Tiempo atrás había escrito “La tía Julia y el escribidor”, sobre la relación amorosa con una mujer catorce años mayor que él. En el discurso tras recibir el Premio Nobel de Literatura 2010, no escatimó sus orígenes: “Perdí mi inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo”.
La pasión nacionalista
Una semana después del referéndum ilegal –8 octubre 2017– el escritor se presentó en la estación de Sants, envuelto en una bandera española, con un discurso en el que alertó que “la pasión puede ser peligrosa cuando la mueve el fanatismo y el racismo; siendo la peor de todas, la pasión nacionalista”.
La multitudinaria manifestación a favor de la unidad de España resultó ser su última gran cruzada política, si bien la rebeldía venía de lejos. En “Conversación en La Catedral” (1969), novela en la que Zavalita plantea de saque una pregunta: ¿en qué momento se había jodido el Perú?, Mario ya denunciaba entonces cómo la inmoralidad carcome la política.
Para quienes nunca le han perdonado su posicionamiento político durante los años del procés, aquella manifestación fue un “aquelarre nacionalista español”, propio de un “escritor profundamente reaccionario y beligerante con Cataluña, un intruso en la política española”.
En los cinco años decisivos que pasó en la Ciudad Condal, donde escribió “La orgía perpetua” –un ensayo que escruta “Madame Bovary” como la primera novela moderna (Flaubert fue su autor de cabecera)– hizo muchos amigos catalanes.
Para el autor de “Pantaleón y las visitadoras”: “Barcelona representaba el ideal de la Europa culta, la apertura al mundo. Que, de pronto, ese símbolo de modernidad retroceda a algo tan primitivo, tan anacrónico e inculto como el nacionalismo, me sublevó”.
Un “relato ficticio”
Para el liberal esencial, que libró batallas políticas en defensa de la libertad individual, defendió con perseverancia y pasión el Estado de derecho, la separación de poderes, la independencia judicial y la libertad individual, el nacionalismo periférico “es sin duda el mayor problema que tiene España”.
Para quien, según el “New York Times”, fue el novelista político más inteligente y consumado del mundo, “este deseo de algún tipo de cielo en la tierra solo ha traído catástrofe y totalitarismo”.
De ahí la contrariedad del autor de “La ciudad y los perros”, que mantuvo una postura crítica frente a “un relato ficticio”, la fantasía que no existió, inventada por los nacionalistas para tener el fundamento de una ilusión.
La falta de moral ha llegado a extremos inconcebibles, pero lo peor es el raudal de quienes lo justifican como forma de proteger un bien “superior”, que no gobierne la derecha.
Para el autor de obras tan deslumbrantes –como “La fiesta del Chivo“– que gastaba fama de “bon vivant”, jamás avergonzado por sus devaneos crepusculares, la literatura era una esposa a la que hay que atender cotidianamente.
Carmen Balcells, agente literaria y madrina, decía: “Todos tenemos el culo alquilado, algún compromiso, alguna servitud… excepto Mario, él dice lo que piensa sin importarle las consecuencias. Es la independencia máxima. Si siente algo, lo hace, lo dice, y lo asume. Y, si cambia de opinión, igual”.
Crónica de un tiempo trémulo
Cuando más necesitamos su aliento y liderazgo, la muerte se ha llevado a un patriota que, sin complejos, fue lo que quiso y cuando quiso, mientras clamaba “¡quiero morir viviendo!”.
La mejor novela del mejor novelista fue su propia vida, que no ha dejado a nadie indiferente en su despedida. Sus adictos no podremos contar con la indispensable crónica de este tiempo de España, escrita por uno de los más tenaces defensores del compromiso inclaudicable con la libertad.
La última vez que vi al marqués de Vargas Llosa, en persona, fue en el viejo Bernabéu. Cumplidos los 80, seguía vibrante y ambicioso.